Alberto Villarreal | El lado B de la materia

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Una escena de la obra «El lado B de la materia»

Silbante, rasante.
Como aquella del exitoso trasplante de corazón de un animal a una vulgar asesina.
Mujer ordinaria y flaca como una rodilla, sencilla como una tabla.
A la que se le arrancó esa mierda de víscera negra e infectada por la ira para ponerle una sana, roja y sangrante extraída de un oso polar.
Oso criado en cautiverio; de raza pura; que sabía muchos idiomas; instruido en diversas disciplinas del conocimiento, que en su cueva de cemento pintado como hielo nunca había conocido la maldad.
Oso de habilidades artísticas y profundas pasiones musicales.
Oso que después de retirado su corazón de carne se empujaba la sangre gracias a uno artificial.
Máquina jaladora de sangre, bomba de aceite espeso, melancólica bilis negra.
Diseñado y construido por estudiantes de la UNAM asesorados por un profesor de izquierdas.
Y quiso la indecencia que aquella que terminó vidas quisiera conocer a su donador.
Y se presentara ante el oso con el tórax deformado, agrandado por el tamaño de aquél corazón animal, grande y pesado, hundido entre huesos delgados como arbusto silvestre.
Siglos de desarrollo de medicina occidental para lograr esa deformidad funcional en la caja torácica.
Y tras escuálidas capas de células flacas, pálidas y sin pelo, el oso olfateó el olor de su propio corazón, latiendo en ese cerrado espacio sin grasa para el frío.
Y ella sintió agradecimiento y asco.
Y confesó su deseo de hacer algo bueno por el oso.
El oso confesó el suyo de escribir una ópera: algo sobre el instinto en los tiburones.
La asesina compró al oso y los sacó del zoológico con el dinero obtenido por sus crímenes.
Hicieron un viaje por carreteras escribiendo en gasolineras y hoteles baratos.
Consiguiendo no pagar a cambio de exhibicionismos a petición del cliente.
Siempre hay alguien dispuesto y la curiosidad es efectiva como Lucifer.
Si se quiere ser un pervertido toda la vida hay que ser una celebridad, o ser lo suficientemente pobre para saber que la dignidad es privilegio de clases medias ilustradas que sueñan con anarquía y caos en el mundo.
La ópera nunca se terminó.
Sólo resultaron letras para canciones depresivas, todas pop evidentemente.
Llenas de basura emocional y consideraciones escatológicas.
Letras de hotel y soledad.
Y un día, a medio desayuno, en un hotel de bajo presupuesto, el oso devoró lleno de asco su propio corazón en el cuerpo de la asesina.
Asco por esa piel rosada de rencor contra los padres por los abusos de infancia.
El oso usó su mandíbula con efectividad biológica.
El amor y el asco pulsaban en ese hueso dentado porque no tenía corazón.
El oso esperó a la policía lamiendo huesos doblados como arbustos enanos.
Luego se resistió al arresto. La policía disparó.
Su cuerpo terminó de vaciarse de sangre en una celda ordinaria, sin abogado capaz de defenderle.
Sin derecho a usar el baño, el oso soltó en el suelo de la celda los restos de su amiga y de su propio corazón mezclados en un pedazo de mierda roja.
Y en esa mierda era un sol viejo, era un ojo cortado.
Otros restos de la asesina y de su corazón de carne circulaban ya en su sangre, asimilados como nutrientes por todos sus órganos.
Muertos sin historia viajando de un tejido hotel a otro.  
Y el corazón artificial sintió dolor, asco y hambre.
Mierda y sangre.
El oso murió desangrado por las heridas de bala, con el pelaje blanco agujereado, con la sangre negra mezclada con la grasa del corazón artificial, tan arruinado por las calefacciones de segunda en hoteles de tercera.
El oso muerto y lleno de moscas, pero el corazón artificial seguía trabajando.
La maravilla de la máquina sobre la naturaleza, bombeando aire cuando toda la sangre ya estaba fuera.
Metáfora adorable para cursis y optimistas.
El corazón artificial imaginaba en su soledad una ópera de tiburones llenos de pasión y violencia.
Hasta que entró un policía cualquiera, y sin mayor instrucción, busco el interruptor que decía: encender/apagar. Lo movió de “encendido” a “apagado” y la historia termina aquí con silencio y con notable ahorro de energía eléctrica.
El crimen del oso apareció en los periódicos del siguiente día.
Y todos sacaron sus conclusiones.
Sacamos nuestra conclusión como premio a nuestro sometimiento a las reglas del mundo.
Eso deberían darnos el asco breve de comer una croqueta para perro pequeño.
Los hoteles consiguieron más clientes anunciando que ahí se hospedaban el oso de corazón artificial y la asesina asesinada.
Colgaron en las paredes del cuarto las letras de las canciones ahí escritas.
Todo acabará siendo publicidad para alguien; alguien hará dinero con todo esto.
Quizá eso es lo único sucio de este mundo.
Lo único que legítimamente puede producir asco.
Alguien hará dinero con la sangre pasionalmente derramada.

Una entrevista del poeta argentino Enrique Solinas al dramaturgo mexicano Alberto Villarreal puede el lector interesado consultarla AQUÍ





En video el Openning de la obra en el teatro Juan Ruiz de Alarcón, México DF. En escena los actores Mónicca Gómez y Renan Dias






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