Leonel Giacometto | Cuerpos Que Escriben

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Un acontecimiento teatral implica el hecho de aceptar que el teatro no sólo acontece y está en y sobre el escenario sino que circula y flota por ahí; que anda, que vaga y va como un fantasma en una sesión de médiums, donde los espectadores son ellos mismos y son otros además mientras hay otros que son ellos mismos y otros al mismo tiempo. Una confusión brutal (y aceptada). Como la vida misma pero distinto.

DESENMASCARAMIENTO
sucedía en una casa devenida Instituto y Galería de arte y devenida entonces y ahora en una ficción donde 11 actores convocados y aceptados (aceptados ellos para conmigo y viceversa y etc.) eran ellos mismos y otros a la vez mientras treinta personas los miraban como sabiendo que los otros no podían mirarlos. Los actores actuaban al lado de uno fingiendo la no presencia del espectador pero, al mismo tiempo, esa actuación se potenciaba al lado del espectador que veía, que miraba, que escuchaba, que olía y que sentía al actor (al otro) cerca, muy cerca. La posibilidad de ver actuación y cuerpos atravesados por la actuación con la cercanía como denominador común y como un cuchillo de doble filo (pero cuchillo al fin).



Escribir teatro es una cosa y dirigir teatro es otra pero las dos suceden en mi vida (que es una ficción que encubre otra ficción inventada de chiquito sobre un deseo real -concedido-) en tiempo real, o sea, en el presente. Cuando escribo soy otro (actúo) y cuando dirijo y hago teatro desde y con los actores no tengo otra más que ser yo mismo (así como soy yo cuando no escribo). Escribo lo que veo y lo que pienso. Esto es un decir pero escribiendo, entonces, poco a poco la vida pareciera no transcurrir en el presente: la voy escribiendo y es como si la viera ya pasada, casi como ver en la cara de un muchacho que sonríe la cara que tendrá cuando sea viejo y trate de sonreir. Escribo y la vida parece una vida ya vivida. Cuanto más me acerco a las cosas para escribirlas mejor, para entenderlas mejor, para entenderme mejor quizás, cuanto más me acerco a las cosas, digo, parece que me alejo más de las cosas, parece que se me escapan las cosas. Entonces agarro lo que tengo más a mano: hablo de mí mismo. Y al escribir de mí mismo empiezo a verme como si fuera otro, me trato como si fuera otro. Soy tantos escribiendo. Robándole conceptos a otro escritor, la escritura es algo así como un caso de suplantación de identidad. Voy a usar una palabra inglesa: la escritura es un caso de "impersonation". "Impersonation", para el que no sabe, es el acto de hacerse pasar por otro.

SUPLANTACIÓN
es un título hermoso. Ser escritor es convertirse en otro. Ser escritor es convertirse en un extraño, en un extranjero que tiene que traducirse a sí mismo (o comenzar a hacerlo). Escribir es un caso de impersonation, de suplantación de personalidad: escribir es hacerse pasar por otro. Ya sea narrativa o textos teatrales, al escribir, lo primero que se me aparece es una voz. Ni disparadores, ni imágenes, ni tópicos, ni flashes, ni ruidos, ni sensaciones sino una voz que resignifica en palabras (en vagos sonidos, a veces) aquello ("eso") que apareció. Eso es una voz. Ésa es la voz de la obra pero no es la obra. Los acontecimientos, las situaciones y los devenires aparecerán después cuando uno comienza a, primero, escuchar esa voz para luego dialogar con ella, pelearse, debatir, reprimirla, expandirla, callarla o dejarla gritar. Ahí uno escribe teatro. Pero tampoco eso es la obra. La obra será el artificio (escrito) por el cual uno da a entender, expone de alguna manera, representa o reinterpreta esa voz en el papel. La representación pública de esa voz hecha obra es otro terreno. Otras voces entran en juego. A veces resulta. A veces uno escucha. A veces uno se asombra. A veces uno putea. A veces uno entiende. A veces uno prefiere callarse. Otras no. No me interesa ni dirigir ni montar los textos que escribo previamente antes de tener a los actores, a los otros cuerpos, las otras cabezas, al lugar, a los días de ensayo, a lo que sucede hora a hora cada día que nos vemos los actores y yo. Puedo entonces escribir y dirigir teatro en habitaciones iguales pero distintas, trato de avanzar por el camino de lo que se llama "caminar hacia el propio teatro y la propia escritura" pero, por ahora, busco voces para escribir y encuentro cuerpos para dirigir.

Escribir es un fin en sí mismo que produce, en su hacer, una carga de satisfacción (personal y colectiva) suficiente para que el deseo pida a gritos una carga similar a la hora del teatro. El placer de escribir teatro se parece al de dirigir actores. El resto ya es la impersonation que cada uno pone en juego a la hora de hacer teatro. El teatro no es un lugar fácil y solitario. Los escritores tenemos la impersonation muy expuesta, muy confundida, muy mentirosamente verdadera. La escritura está siempre presente, a cada momento, a cada acción, en cada movimiento de la vida aparece la ficción para serescrita. En el teatro, la impersonation puede camuflarse pero es en vano (por no decir “al pedo”) cuando uno dirije "ser otro", a lo sumo los actores esperan que uno haga de director, pero siempre esperan que uno sea uno (y nada más). Por eso quizás ahora dirijo actores sin textos míos previos y dejo mis textos para que otros los representen, será que mi impersonation en el teatro quiere estar más allá de estar representado en un papel escrito, será que en la escritura uno está siempre y en el teatro, a veces, hay que dejar de parecer para empezar a ser, será que el teatro escrito late y uno respira.


Del teatro que hago y hice desde y con los actores (FINGIDO, REAL, LATENTE y DESENMASCARAMIENTO) lo que impera es el presente. Y sólo del presente. Dejo el futuro para el papel escrito, para la narrativa que escribo, para los textos teatrales, para mi casa, mi ámbito íntimo (que luego será público). El año pasado y este coincidieron y siguen coincidiendo en mi, digamos, vida teatral estrenos de muchos textos míos en Rosario (DESPROPÓSITO, HOTEL CAPRICORNIO), en Buenos Aires (TODOS LOS JUDíOS FUERA DE EUROPA, HERR KLEMENT) y en otros países (ARRITMIA, en Venezuela, El Salvador y México) con los estrenos de FINGIDO y REAL, en Rosario; y LATENTE en la ciudad de Santa fe. Primero fue FINGIDO y luego REAL. Más tarde, en Santa fe, LATENTE. Ahí la cosa se me puso, digamos, claramente oscura (o al revés). LATENTE es una obra violenta que fue gestada desde esa sensación tan extraña de sentir en el teatro y tan poco creíble a veces. Porque eso es lo que yo quería cuando ensayaba LATENTE: creer lo que estaba viendo y sentirlo como tal. Y apareció entonces cierta idea sobre los ensayos que me remitió a Alberto Ure. Nunca vi una obra suya, todas sus puestas me llegaron y me llegan por anécdotas, relatos, chismes y habladurías. El mejor camino para construir ficción. Pero tengo SACATE LA CARETA como amigo fiel y ahí fui cuando esa idea, escribió Ure, de que el ensayo es una zona donde la ilusión y la realidad buscan el equilibrio, donde los sueños rebotan y estallan, siempre frustrados, siempre amenazantes. Se simulará, escribió Ure, que un ensayo es un ensayo, algo que todavía no es definitivo. Un ensayo es un momento brutal, un estallido cultural. En realidad, un ensayo no es un ensayo, no es un silumacro, sino un hecho real. Y me gustó mucho esa idea, esa reflexión escrita de Ure. Hay algo que yo busco mantener, siempre, en los actores al momento de las funciones y es esa energía extraña y casi irrepetible que circula en los ensayos. Por eso a veces soy tan despelotado para dirigir y nadie entiende nada sobre lo que quiero, sobre lo que digo cuando digo "de encontrar material que tenga armonía y consonancia y pueda ser estructurado desde la intervención del dramaturgo/director, o sea, que los actores escriban, que los cuerpos de los actores fuesen escritos". Escribir sobre los actores en busca del acontecieminto teatral. En paralelo, en Rosario, ensayaba lo que todavía no se llamaba DESENMASCARAMIENTO sino ES MÁS DE LO QUE PUEDO DECIR DE CIERTA GENTE y éramos como veinte. No encontraba la, digamos, forma de construir ficción con tanto material real, con tanta energía para actuar. Como que, siendo cursi, la vida me puede. Y apareció, qué sé yo cómo, a ver, de verdad: una noche, o varias noches, al pedo e inquieto en mi casa, empecé a mirar libros en mi biblioteca. Tengo un desorden que impresiona y tengo épocas de lectura, autores y nacionalidades. Mucho alemán y austríaco desde hace un tiempo. Con LATENTE sobrevolaba Georg Buchner y Thomas Bernhard. Nada, en realidad, nunca le había prestado demasiada atención a Peter Handke. Me sonaba tan Win Wenders que al abrir los libros que tengo de Handke se me erizó mi corazón tilingo. Y me dije, lo dije y lo sigo diciendo hasta que (me) entre: El teatro es inestabilidad en estado puro. Y muchos autores teatrales no están dispuestos a que la dramaturrgia y la dirección les altere la vida. A veces los entiendo. Hacer teatro desde donde hacemos teatro es casi un gesto político y herorico que si uno no lo mira bien pasa totalmente desapercibido. DESAPERCIBIDO es un lindo título. No es fácil saberse inestable siempre, antes durante y después, viniendo y estando en la escritura. Desembarcar en la dirección, en el contacto más real, tuvo el único impulso primario de tener más carne en los latidos de la palabra teatral. Yo quiero escribir mejor, aunque no podría definir mejor. Como tampoco podría definir escribir si lo descontextualizo de mi vida. Entonces, pergeñar y dirigir espectáculos (FINGIDO, REAL, LATENTE y DESENMASCARAMIENTO) que, al mismo tiempo, son baratos, reniegan y festejan todo lo que pueden todos los ordenes de lo que hasta ese momento yo llamaba "la cosa teatral", me mostró cuánto gozo equivalente al hecho de escribir hay en el "hacer más real del teatro": las improvisaciones, los ensayos, los actores.

FINGIDO, REAL, LATENTE y DESENMASCARAMIENTO, los cuatros aconteciemientos teatrales que dirigí en 2007 y 2008 a partir y exclusivamente del encuentro con actores, sin textos previos y con la intencionalidad firme y directa de improvisar, de meterme, de ser metido, de ser mentido, de intervenir, de narrar y de, digamos, intentar reflexionar sobre el presente feroz del teatro que uno hace. El presente feroz es la coyuntura, es Rosario, es Buenos Aires, es el interior, es el interior del interior, es la invisibilidad constante, es el Intituto Nacional del Teatro, es el público, es la ausencia del público; es la nueva dramaturgia, es mi mamá, mi papá, mis amigos, el entorno, los colegas, los arrivistas, los turistas teatrales y los artistas, y es el posicionamiento de una actividad que es casa y no albergue transitorio; es el prejuicio por tener más amigos en el periodismo que en el teatro y los puteríos que eso genera para adentro y para afuera, es la dramaturgia del actor, es el verse mucho tiempo con la misma gente, es la dependencia más brutal y deseada, es el modo de bailar, seducir y charlar que tiene uno con el resto y con uno mismo, siempre gastando poco es el hacerse un universo de problemas sobre una actividad, digamoslo, totalemente inútil y menospreciada. Y encontré entonces que podía pensar a la escritura desde la construcción de estructuras más allá de lo que pensaba sobre el teatro escrito. Y por ahí ando ahora, escribiendo y dirigiendo actores para no aburrirme y dejar que las voces hablen mientras escribo.




Rosario, octubre de 2008/2009
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1 comentario:

  1. Me resulta inquietante, lo comprendo perfectamente y me resulta conmovedoramente encantador e interesante...

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