Marco Antonio De La Parra | Crear o Caer* [Fragmentos]

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Especial para Prosopon



1.

Parte de la base que ya estás obsoleto.

Parte de la base que lo que estás pensando ya lo pensó tu competidor.

Parte de la base que nuestra tendencia es hacer lo mismo cada día.
La primera función adaptativa es repetir.

Somos básicamente conservadores.

Lo habitual nos calma.

Marcar el territorio, respetar ciertas costumbres, tejer una tradición, convocar un linaje, poder imaginar una historia con un trazado previsible.

Fue muy útil desde la época de las cavernas hasta anteayer.
Ya no nos sirve.

La consigna de la modernidad: el cambio, ha socavado nuestros hábitos hasta revertir lo habitual en muerto, la previsión en algo movedizo, el piso firme en fango y la velocidad en una necesidad vital.

Mutar es lo único que nos calma.

Todo cambia a nuestro alrededor.

Nuestra calle, nuestra casa, nuestra familia, nuestros estilos de vida, el paisaje, el clima.

La verdad sea dicha, siempre cambió, pero nos calmaba sentir que eso parte de un cierto plan previo al cual pertenecíamos.

La sociedad de consumo, arrasado ya el siglo XX hace mucho rato, ha instalado al fugacidad y el cambio como la vida misma.

No estamos hechos para el cambio.

Pero el cambio nos ha cambiado.

Toda la segunda mitad del siglo XX anunció el CAMBIO en todas las áreas como el ideal de la modernidad.

Ya venían galopando desde el siglo XIX.

La moda, el modo, venía desde la antigua Roma.

La idea de lo que había que hacer porque era lo que se debía hacer en ese paso del tiempo breve donde el sentido se iba entre las manos comenzó hace dos mil años su paulatino crecimiento pulsátil, vigoroso, voraz.

Su triunfo final se cerró sobre su propio colapso, auge y caída, a fines del siglo XX.

Toda la primera mitad del siglo XX se pobló de guerras entre la fuerza energética del cambio, la relatividad, la incertidumbre, la filosofía analítica, el psicoanálisis, la sociología, la fracturación de la experiencia, la física cuántica, la crisis del lenguaje y toda la revolución de todas las artes y los pensamientos en contra de la consolidación de una nostalgia de la ley paterna, a la casa, el hogar, lo dado por sentado, el fascismo de izquierda o de derecha.

Incluso hubo quienes en nombre de lo nuevo repitieron lo viejo.

Entre el Zar y Stalin solo hubo un cambio de escenografía.

Nada más parecido al Realismo Socialista que la estética de los cuerpos del Tercer Reich.

Cuando terminó el siglo XX, cuando se estrelló el pintor Jackson Pollock en su coche en una carretera recta, el expresionista abstracto que terminó destruyendo la pincelada y sacralizando el goteo, la sociedad cambió y cambió y cambió.

Cada vez más rápido.

Mientras tanto todavía se usan palabras que el siglo XX ya criticó y aniquiló aunque la gente de la calle sea la última en enterarse.

O sea nosotros.



El lenguaje es el último en cambiar.

Las palabras ya no significan lo mismo.

Son restos, vestigios, de un mundo de valores que ya no está en crisis.

Sencillamente se extinguió y no encuentra palabras nuevas.

Por la patria, la misión, la sociedad, el deber, la responsabilidad, el estado, lo público y lo privado, la dignidad, la coherencia, la consecuencia.

Lo seguimos diciendo como quien se sujeta de una barra firme en un sueño.

No en vano, en la intimidad, hasta necesitamos ser discretamente conservadores.

Antes "venderse" era despectivo.

Hoy hay que saber "venderse".

Incluso, hoy hay que "producirse".

Alguna vez, en el siglo XX, alguien protestó que de los valores se pasaba al valor, es decir, de los principios al precio.

Alguna vez hubo propuestas indecentes.

Hoy toda persona sabe que bajo ciertas circunstancias mínimas de seguridad estaría dispuesto a cualquier cosa de acuerdo a la suma que se transe.

Alguna vez en el siglo XX se censuraba en el mundo del arte la metamorfosis de la obra en producto.

Hoy todo es producto.

Y todo es cliente.

Alguna vez en el siglo XX en el mercado había productores y clientes.
Hoy a lo más hay activos y pasivos pero, como en la extraña sexualidad de los caracoles, el rol cambia y a veces somos el cliente, el producto o el productor.

Hoy todos somos los dueños y los esclavos del mercado según nos plazca.

A ratos, incluso, puede que las grandes tiendas, los grandes gerentes, sean la víctima de los clientes.

Alguna vez, qué tiempos aquellos, nos podíamos orientar en laS palabras como en el mundo. El ritmo de la existencia se podía detener y en algún mapa podíamos saber dónde quedaba el norte, el sur o lo que fuera.

A veces, en el camping, miramos las estrellas y rememoramos una cierta época en que nos podíamos relacionar con la naturaleza alegremente (o tristemente, la ecología incluye la muerte en su proyecto sin conflictos).

La vida era muy peligrosa pero nos parecía un horizonte manejable.
En los mapas del Renacimiento donde no se sabía qué poner se escribía "allá Monstruos".

Y eso era muy lejos.

La casa era la pausa.

Alguna vez se llegó a jornadas de trabajo de ocho horas.

El reloj no importaba.

La lentitud no era solamente el hábito especializado de la clase de meditación, el curso de yoga, el retiro temporal de fin de semana a un campo cercado.

A veces, en sueños, añoramos un tiempo lento.

Otra nos desesperamos cuando los pies, en el sueño que se convierte en pesadilla, no consiguen despegarse del suelo.

Alguna vez nos servía de algo el calendario.
Pero afuera la vida, la historia, si algo queda de ella, corre rápido.

Tan rápido que, como en los trenes de alta velocidad o en la extraña suspensión de los aviones en el aire (aún no se sabe a ciencia cierta cómo es posible que se mantengan tamañas naves en el aire) mirando por la ventana el paisaje que se evade y se desliza, hasta nos parezca ir lento.

Alguna vez, cuando instalaron el ferrocarril en Europa en el siglo XIX, un cronista español es cribió que era un acto contra natura, que el hombre no podía ir a más velocidad que la de su ritmo biológico, como límite la del caballo.

Que este incremento de la velocidad de los acontecimientos lo enfermaría, lo sacaría de un supuesto nivel de bienestar necesario para sobrevivir.

Sabemos que es cierto pero ya es demasiado tarde.

Mientras tanto, todo lo que usamos ya está superado, lo que consumimos está reevaluado, lo que opinamos ya fue comentado, traducido y reconvertido, nuestra presencia ya fue evaluada, criticada y calculada en múltiples estudios de calidad de vida, posibilidades de supervivencia, expectativas de muerte, niveles de consumo, gastos, deudas y desechos incombustibles o reciclables.
Todos somos parte de un estudio de mercado.

Un estudio de mercado que aún no sabe como estudiar el nuevo mercado.

Este libro en un estudio de mercado.

La sociedad es el mercado.

El mercado es la sociedad.

La tienda es la casa.

La casa es la vitrina.

No hay antropología ni sociología ni psicología ni filosofía que pueda prescindir hoy del estudio de la gran experiencia del mercado occidental 24 horas all over the world.

La democracia está obsoleta.

El cuerpo está obsoleto.

El sexo está obsoleto.

El mercado (del siglo XX) está obsoleto.

La idea de world está obsoleta.

La globalización no es posible.

La resistencia que genera "el globo" es tan fuerte que despierta fundamentalismos, anomalías sociopolíticas, estridencias religiosas, fanatismos en los que late la desesperación de un supuesto fin de la historia donde demasiados han quedado sin enterarse y sin otra opción que conseguir lo antes posible una antena parabólica para, por lo menos, asistir (o creer que se asiste) a los acontecimientos al no poder participar en ellos.

Hasta el consumismo de borregos de los años 90 está totalmente obsoleto.

La publicidad del siglo XX, afirmativa, invasiva, autoritaria, directa, está obsoleta.

Hoy no creemos en casi nada.

Digo "casi" porque en el bolsillo viejo del pantalón de las creencias todavía hay arena de playas infantiles.

Algunos creen en un dios o en ciertos dioses.

Pero realmente no creemos en nada.

Ni en los políticos.

Ni en los noticieros.

Ni en los medios de masa.

Ni en el avisaje cada vez más caro e inútil.

Estamos buscando otra cosa (desesperadamente pero disfrazados de divertidos).

Vivimos otra época.

El capitalismo de producción, triunfador, ha creado su propio enemigo, el capitalismo emocional.

El consumismo marca todo y ya no basta con hablar mal del consumismo.

Es hasta torpe hablar mal del consumismo.

Hasta la sociedad de consumo habla mal de la sociedad de consumo.
Religión sin herejía, la sociedad de consumo se alimenta de sus propios desechos.

La sociedad de consumo del siglo XX ha desaparecido.

Entramos a la sociedad (sin apelativos, ya es tarde) de un estado extraño que alguna vez fue el futuro, donde nada es predecible y la seguridad o las certezas se han volatilizado.

Ninguna disciplina explica por sí sola lo que nos está pasando.

La creatividad se convierte en profesión.
Asignatura, diplomado, desde la economía hasta las artes aplicadas.

El zapping es el minuto creativo del telespectador.

Edita sus películas.

Moviliza su experiencia de mundo.

El libro le resulta muy lento.

Internet a veces exaspera.

En la banda ancha todo es posible.

O por lo menos tenemos esa sensación.

Y en el vacío a ratos letal de la web, donde no hay referentes fijos para nada el blog es una suerte de alivio.

Una opinión, por errática que sea, de la cual sujetarse.

Sobre todo si es creativa.

Solo la creatividad va por delante de la creatividad.

Tiempos tan llenos de creatividad son insoportables.

Hay que crear.

O caer.

(...)


7.

El cambio crónico despierta una respuesta de estrés en el organismo.
Todo ser humano está preparado para tener estrés.

Es una respuesta sana, la capacidad de reaccionar con todo el metabolismo para enfrentar una situación extraordinaria.

Pero debe ser pasajero.

El estrés prolongado causa daño cerebral.

Y este particular daño crea un círculo vicioso pues deja activada la respuesta de estrés.

El manejo del estrés es el arte de equilibrista de la vida contemporánea.

La depresión (ese diagnóstico a punto de caducar rendido a los trastornos del ánimo que ya no sabemos si son enfermedad o la forma de moverse ante un mundo maníaco-depresivo con mentalidad de parque de diversiones) se convierte en la enfermedad con que entramos al nuevo siglo.

Los psicoterapeutas comprueban que no sacan mucho planteando un modelo de salud que no corresponde a un paisaje de acontecimientos de alta movilidad.

¿Están hipomaníacos o solamente siguen el ritmo de la orquesta?

Derecho a la exuberancia.

Derecho al pensamiento negativo.

Es legítimo no sonreír con todo.

Es legítimo reírse en la fila.

Por favor, no pongan fluoxetina en el agua.

No pongan litio en el pan.

No estamos tan mal.

Tal vez esté todo mal.

Pero depende del punto de vista.

¿Te sientes mal?

Todo el mundo se siente mal.

Hasta que se sube a la montaña rusa de cien loops de nuestra vida contemporánea.

Mejor divertirse.

(...)

56.


Los libros hay que terminarlos.

Ecuación: Dolor/ gratificación + presión.

Un ambiente favorable, un ejercicio en resistir el dolor.

Una cierta prisa.

La vieja fórmula: la necesidad crea el órgano. La cultura crea necesidades. Los órganos crean técnicas. Las técnicas accidentes. Los accidentes problemas. Los problemas crean soluciones.

Anoten eso.

Los problemas crean soluciones.

Las cosas andan muy mal cuando las soluciones crean problemas.
Los problemas son creativos.

Las soluciones pueden ser un lío.

¿Quieren ser creativos?

Perder la razón.

Perder el juicio.

Por lo tanto, saber ser racionales y juiciosos para que haya algo que perder.

¿Quieres ser como Dios?

La tentación del Diablo.

La creación es el diálogo secreto entre dioses y demonios.

Nunca entenderemos del todo cómo se llega a la creación.

Aparecerá como por obra divina o un pacto con el diablo.

Es el don más profundo y secreto de la condición humana.

Si alguna vez nos arrojaron del Paraíso y nos volvieron mortales también nos regalaron la posibilidad de ir más allá de nuestras posibilidades e inventar hasta el infinito.

Fuimos expulsados del Paraíso conservando la memoria imborrable de la libertad plena.

Antes de tornarme místico, quedemos aquí.

Crear es la nostalgia del Paraíso Perdido.

La sociedad de consumo, donde todas las utopías fueron demolidas, se ha revertido en una oportunidad cultural que no sabemos cuánto dure de ejercicio de esa libertad.

Seas cliente o productor, estamos sumergidos en un diálogo donde cada frase crea a la otra, todo es pregunta, nada es respuesta, todo es búsqueda y también todo es hallazgo.

Hay que velar por el temple necesario para enfrentar el frenesí de una sociedad donde todo muere tan de prisa.

Hay que aprender, de manera implacable e impenitente y tozuda, a resucitar.

Contra viento y marea.

O, mejor dicho, buscando cómo hacer que el viento siempre esté de nuestra parte y no nos dejemos solamente llevar por los temporales.

Hay que pensarlo todo de nuevo.

Sin miedo.

Esto no es el caos.

Esto es la creación permanente.

Esto ha sido siempre la ley de la vida.

Mejor divertirnos.




* Crear o Caer. Creatividad: La clave del siglo XXI, de Marco Antonio de la Parra, Ediciones B, Buenos Aires, 2010.  Fragmentos cedidos por su autor y publicados con su autorización.


MARCO ANTONIO DE LA PARRA, Psiquiatra, escritor y dramaturgo chileno, nacido  en  Santiago de Chile en 1952. Gran parte de sus obras están fuertemente influenciadas por el Régimen Militar de Chile, donde satiriza mediante metáforas la realidad nacional. Es autor de más setenta títulos traducidos a varios idiomas, entre piezas teatrales, novelas, libros de relatos y ensayos. Se graduó de médico cirujano en la Universidad de Chile en 1976. Algunos de los premios que De la Parra ha obtenido como escritor son: Primer Premio en el Concurso de Dramaturgia del Theatre of Latin American (1979), Premio del Consejo Nacional del libro en Chile (1994-1995 y 2000-2004), Becario Fundación Andes 1994, Premio José Nuez Martín 1996, Becario Fundación Guggenheim 2000-2001, Premio MAX a la figura del teatro hispanoamericano 2003 (España), entre otros. Ha sido miembro de número de la Academia Chilena de Bellas Artes, agregado cultural de Chile en España 1991-1993 y director carrera de literatura Universidad Finis Terrae desde 2005. Marco Antonio de la Parra también ha participado en televisión como guionista. Obras: Lo crudo, lo cocido, lo podrido, (1978), La secreta obscenidad de cada día (1984), El deseo de toda ciudadana (1986), La secreta guerra santa de Santiago de Chile (1989), Cuerpos prohibidos (1991), King Kong Palace o El Exilio de Tarzán (1991), El continente negro (1994), Ofelia o la madre muerta (1994), La pequeña historia de Chile (1994), El Ángel de la Culpa (1996), La mala memoria (1997), La tierra insomne o La vida privada/La puta madre (1998), Carta abierta a Pinochet (1998), El año de la ballena (2001), El cuerpo de Chile (2002), El cuaderno de Mayra (2002), Te amaré toda la vida (2005), La Casa de Dios (2007), La Entrevista, o el Piano Mundo, entre otras.
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